jueves, 5 de mayo de 2011

Víctor Lima / El poeta perdurable (Julio Rapetti)




*Julio Rapetti

El hermoso escenario al aire libre del Parque
Harriague en la ciudad de Salto,  lleva su nombre, 
recuerda su figura a orillas del río Uruguay, sobre la costanera sur 
de la ciudad, a pasos nada más del lugar donde su cuerpo 
inició el vuelo final.
Su voz resuena en guitarras y fogones, en cánticos de
amigos y familias, en raídas paredes de boliches marginales que
por siempre le darán la eterna bienvenida. En los patios de las
escuelas, en los corazones y gargantas de todos los niños
uruguayos.
El día que yo me vaya
camino del cementerio
aunque vaya envuelto en oro
no tendré para el regreso.
No se fue envuelto en oro el poeta, precisamente, será por
eso que siempre está volviendo .



La voz del río, el color del paisaje

 


La crónica y la versión de quienes lo conocieron, 
cuentan  que   Víctor Rolando Lima Santana nació en Salto, 
el 16 de junio de 1921, en la finca ubicada en el número 869 
de la calle Uruguay, exactamente enfrente de la casa donde 
pasó su niñez Horacio Quiroga, extraña coincidencia la que 
une los destinos de ambos en los extremos de sus
respectivas existencias.
 
Desde muy pequeño la vida lo empuja hacia el camino y el andar,
su padre, escribiente de la Jefatura de Policía, 
de Salto es trasladado al interior del departamento, 
a los pueblos de Valentín y Belén,  y hacia allí va 
con su familia. Luego, entre los cinco y los nueve años
lo encontramos en los campos de su abuelo, 
Don Estanisiao Rodríguez Santana, en la zona del Arapey Chico, 
al norte del departamento.
Quien conserva los recuerdos más vividos y perennes es su
hermana Lidia Rene Lima, que rememora con ternura
aquellos primeros años de la vida de su hermano y la suya propia: "Víctor tenía cuatro años y yo cinco cuando nos fuimos a vivir a la estancia de mi abuelo, ubicada en un lugar llamado "Zanja del Cobre" en la zona del Arapey Chico. A él le encantaba el campo, salía a recorrerlo con los peones y disfrutaba mucho contemplando el paisaje; una vez casi se ahoga por la crecida súbita de un arroyo, todo el mundo estaba muy asustado, mi abuelo mandó llamar a todos los peones para rescatarlo, pero él no le dio importancia cuando salió se puso a recitar unos versitos."
 
Vuelve a la ciudad para terminar la escuela pero no puede 
aprobar el primer año de liceo. "Mamita no lo obligaba a estudiar, le decía que si no le gustaba que dejara, él tenía mucha facilidad pero no estudiaba, ya en ese entonces, se la pasaba escribiendo versos..."
Lidia continúa aportando importantes datos de la vida del poeta:
"Luego va a Mortevideo y está dos años en el cuartel hasta que se hace desertor. Entra por un primo de mi padre, de apellido Onetti, padre del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti.
 
Después se va para Buenos Aires y está varios años allá, trabaja de varias cosas, en el comercio, pero él siempre
decía que quería ser artista "
Lo que la crónica no puede explicar es donde encontró el poeta las palabras que le han permitido describir como nadie al paisaje que fue su entorno natural. Porque la técnica puede desarrollarse merced a la práctica y el disciplinado ejercicio literario, por este método podría llegarse a la rima perfecta y la palabra exacta. 
Pero Víctor Lima rechaza deliberadamente el tecnicismo preciosista.



"Él siempre soñaba con ser artista..."
 

Víctor Lima en su juventud. Foto sacada en Buenos Aires durante la década del cuarenta en alguna famosa casa de fotografía de la capital bonaerense en tiempos, en que según su hermana, soñaba con triunfar como artista.




Su poesía resuma sencillez y sensibilidad extremas  que se ubican  en las antipodas del perfeccionismo académico. 
Más que describir, pinta con las palabras, 
la pluma late y palpita el compás del paisaje porque ha sabido llegar a su corazón. Los versos traen consigo también sonidos de la naturaleza y rumores lejanos del entorno en su estado más sublime.


Salto, Salto
de las tierras coloradas
en continuos declives ágiles:
ya voy a tocar. Ya toco
tu cintura vegetal
de ligeros naranjales.
Flota un claro, transparente
vaho de azahar en el zumo del aire . . .*

*Los versos que anteceden corresponden al poema Aire salteño y vegetal 
de su primer libro editado en diciembre de 1948 cuyo título  es Canto del  Salto Oriental.


 Esta "misiva amorosa"
muestra el decir del poeta,
de puño y letra con su firma al
píe, cuando todavía los
amores poblaban la soledad de su alma.



El grito de la tierra, la voz de los humildes.

Entre los años cuarenta y cincuenta vuelve a Salto varias veces,
en alguna oportunidad se queda algún tiempo, en otras regresa 

casi enseguida. "En realidad, siempre andaba yendo y viniendo, agarraba su valijita acomodaba su ropa prolijamente, más termo y mate y salía, se iba a caminar".  
Así recuerda la hermana la vida del poeta por aquellos años 
que aún evoca con alegría porque según sus palabras 
"éramos una familia grande y nos gustaba compartir buenos momentos. Víctor era muy alegre y cariñoso, le encantaban los niños, tenía mucho éxito con las mujeres por su simpatía, era bastante picaflor pero, claro, tan andariego como era, 
quien lo iba a aguantar."
 
En sus versos, el río sigue golpeando y cantando, el atardecer
se derrama por las cuchillas, continúa incesante, la milenaria
danza de los saltos del agua sobre la piedra. Los naranjales
siguen sangrando y el aroma de los azahares aún perfuma la
estival y nocturna mansedumbre pueblerina. Pero, ¿qué es el
paisaje sin el hombre? ¿Qué belleza es posible evocar sin
aludir al gran protagonista de la comedia humana?
 
María Sanabría, tú
sufrida obrera del agua
tus manos van siempre niñas
por tus lívidas mañanas, 
tus manos ¡ya! desde niña
al trabajo acostumbradas.*

*Romance de María Sanabna, lavandera del Salto Oriental, del libre ya Citado.
 
Fue capaz de sentir como propio el dolor de los demás y, 
al mismo tiempo, reír con su risa y palpitar con las alegrías ajenas. 
El ser humano inserto en el paisaje es también tema prioritario 
de su repertorio, la humilde lavandera, el niño arrancador de naranjas, el hombre común elevado a la categoría de persona 
como parte de un mundo real, a veces paleteo y sufrido, 
pero al que se resiste, deliberadamente, a describir 
con rasgos de ensoñación.
Vuelto a Salto sigue soñando y escribiendo, realiza recitales
como recitador de sus propios poemas, algún ya amarillento
programa aún evoca su participación en aquellos eventos 

culturales que se realizaban en las salas municipales del Ateneo de Salto y el Teatro Larrañaga. Víctor se integra a la intensa actividad cultural del Salto de los cincuenta y forma parte de la Asociación Horacio Quiroga, organización no gubernamental que cuenta por aquellos años con la presencia del gran escritor cosmopolita 
Enrique Amorín corno uno de sus principales paladines 
y que procura difundir y estimular la actividad artística 
en todas sus formas expresivas, desde la literatura en todas sus variantes  al más amplio espectro de las artes plásticas.
Pero es también el hombre común que transita las calles 

y puebla los bares de la ciudad, anónimo y pasando desapercibido sencillo, humilde y bohemio, muchos ojos y memorias 
aún recuerdan su paso cansino o su sonrisa alegre e introvertida por algún rincón del misterioso ámbito de los boliches. 
Lo que queda de empedrado y el asfalto aún guardan, celosamente, el eco de sus pasos y, acaso, sean los únicos que intuyeron en su momento el último destino de su andar incansable. 
Al respecto habla un cantinero de aquellos años que supo tenerlo como parroquiano; "Venía seguido al bar, nunca molestó a nadie. 
Se arrinconaba en un ángulo del mostrador y allí se quedaba. 
A veces llegaba a media mañana y tomaba algún vino, 
pero nunca hizo insinuaciones a lo que escribía o a la fama.    
Fue siempre quieto, reservado, un hombre metido en sus cosas."



El segundo libro de Víctor, Milongas de Peñaflor, fue editado
exactamente seis días después de su muerte, el 12 de diciembre
de 1969. Este nuevo trabajo muestra un poeta más reflexivo y
punzante, cavilando sobre la existencia y la razón del ser, 
más a la búsqueda de sus propios paisajes interiores. 
Aparece además el scritor de versos de canción, de versos más breves y concisos que procuran encerrar mucho en pocas palabras, la cristalinidad del agua del río se transforma en verso claro y simple, como para bebérselo de un trago y degustarlo dentro de uno mismo, muy lentamente.


El cantar
A mí me gusta cantar
y canto sencillamente
en silencio, como canta
e! agua de la vertiente.
 
El camino
Camino que atrás dejamos
nos va siguiendo, siguiendo
que cada nuevo camino
tiene mucho de recuerdo.


Segundo y último libro del poeta, terminado
de imprimir el 12 de diciembre
de 1969,
seis días después de su
muerte. Muy
focos ejemplares
aún circulan y perpetúan sus
versos.

Uno de los episodios más célebres de su vida es su paso y
estadía en los pagos de Treinta y Tres donde conoce al maestro Rubén Lena y a través de él a quienes conformarán el célebre dúo
Los Olimareños. Sin pretender encender polémicas estériles ni
negar a otros pilares de nuestro canto, podemos considerar que
estos cuatro nombres constituyen uno de los grandes mojones de
la cultura popular uruguaya de todos los tiempos. Pero además,
Víctor se enamora de Treinta y Tres y a ese pago y a su río 
le canta con la misma vibración entrañable con que lo hace al Uruguay  y a su  Salto Oriental.

 El apacible Olimar
mirándome dulcemente
es querencia de un ausente
que solo sabe pensar,
qué río para soñar
Olimar, tiene tu gente...*

*Las dos Querencias - milonga - (V. Lima)

  
Río Olimar, Departamento de Treinta y Tres.


Con Rubén Lena además, 
dan forma a un cancionero escolar  que estaba faltando en el repertorio de los maestros, que hiciera referencia 
a nuestros héroes y hechos históricos, que identificara 
a los niños con su terruño y los ligara afectivamente a la patria. 
En ese sentido, la milonga "A don José" del maestro de 
Treinta  y Tres y,  "Sembrador de abecedarios" de Víctor, son referencia ineludible, refieren espontáneamente el eco de voces infantiles resonando en los patios de todas las escuelas del país.

El último abrazo...
 
Sobre las arenas tristes del Olímar
el día lento, muy lentamente le quiere escuchar...
(Homenaje a Victor Lima, canción de Rubén Lena)

"Una noche él llegó a mi casa, allá en Treinta y Tres. Me entregó una canción manuscrita para que le pusiera música. Yo le dije que no podría, que primero tenía que integrar la letra, que iba a llevar tiempo. Pobre Tito, medio se enojó conmigo. Esa fue la última vez que lo vi." *
*(Extraído de un reportaje a Rubén Lena)
 
Los que lo recuerdan en aquellos días coinciden en señalar que había decaído bastante, tanto física como anímicamente, 
los últimos meses transcurren entre un deambular constante y alternativos períodos de internación. "Me siento solo, solo ..." 
era como un estribillo porfiado y desgarrador que cada tanto escapaba de su boca y su corazón. El médico que lo asistía en el Hospital de Salto cuenta que llegó un día, muy frío, con el torso cubierto solamente por una camisa muy fina de manga corta.
"En el Hospital leía y escribía mucho pero a veces caía
en profundos estados depresivos. Unos días antes de suicidarse 

pidió un grabador y cantó a capela "Adiós mi Salto:
 
Adiós mi Salto te dije un día
mirando el último naranjal,
mi pena en viaje sobre el rocío
me saludaba por no llorar...

En el otro extremo de la existencia, su destino y el de Horacio Quiroga vuelven a juntarse, el gran cuentista salteño 
sale del hospital para comprar veneno y luego vuelve para morir 
en él, Víctor Rolando Lima sale para no volver, para
quedarse para siempre con su querido paisaje huraño y silvestre. 

"Yo siempre le dije Titilo, no Víctor, desde que éramos chiquitos porque me resultaba más fácil. No hubo día que no fuera 
al hospital a verlo, le decía que tenía que arreglar sus cosas,  
sus canciones, empezar a cobrar algo, él siempre me decía que la plata no le interesaba, que lo de él iba a llegar a toda la gente, 
que no precisaba más nada. Ese día estuve con él de mañana, recuerdo que me agarró de la mano y no quería que me fuera, siempre decía que cuando mamita muriera iba a desaparecer y nunca más sabríamos de él, ese día hacía un mes y tres días que ella había muerto.
" Lidia Rene Lima abraza su propio pecho y entorna los ojos reviviendo aquel último instante.
 
Un sol de verano cae a plomo sobre la ciudad litoraleña en
aquel sábado 6 de diciembre de 1969 sobre el mediodía, 
el hombre sale del hospital como tantas veces, 
"voy a tomar algún vino y vuelvo". 
La bolsa de nylon con sus ropas bajo el brazo y el paso lento pero seguro. A unas cinco cuadras hacia el sur está el cementerio, 
llega hasta la tumba de su madre, sonríe, la saluda, la recuerda alegre y llena de vida: "hasta muy pronto mamita... "
Sigue su camino, se va con la muerte y los recuerdos a cuestas, 
con el Namurom y el vino triste se va, con los versos y el canto interminables. Con la angustia y la soledad se va, 
con la cada vez más inevitable y patética cruz de su destino.
 
A la orilla de este río estoy pensando
que algún día calladito yo me Iré . . .
Y ese día que la muerte se enamore
de mi canto que muy lindo nunca fue...

Hacia el oeste está el río, el compañero de siempre, se recuesta contra un árbol, lo contempla, lo escucha cantar, vuelve a sonreír 
y siente la caricia de la cálida brisa del verano atenuada por la
sombra de los lapachos y espinllios. Antes de que la llaga del horizonte comience a devorarse el sol, 
"¡Oh, los atardeceres de Salto1", el río lo habrá recibido allí, 
donde las aguas se hacen turbulentas y su canto casi un grito 
salvaje. El último abrazo es con él, con su río, y a él se une definitivamente, integrándose al mundo subfluvial una canción que compartiran eternamente.
© Julio Rapetti



Monumento a Víctor Lima
Inaugurado el 27 de abril de 2001 obra del plástico salteño Juan Martínez. 
Siete cilindros de concreto y canto rodado  que representan las notas musicales, íconos en la simbología poética y en su vida misma. El sol del atardecer proyecta su sombra en dirección a la ciudad, como emergiendo del río.

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